martes, 21 de febrero de 2012

Prevenir antes que… divorciarse



18-02-2012

La proporción de rupturas familiares definitivas respecto a las separaciones se ha incrementado en un 260% durante la última década, sobre todo después de la introducción del ‘divorcio exprés’ en 2005. Según datos del INE, el número de divorcios ha pasado de menos de 40.000 en 2001 a casi 103.000 en 2010. Más datos. Más del 50% de los divorciados en 2010 tenían hijos menores o mayores dependientes lo que, según apuntan los expertos en materia familiar, tiene unos efectos negativos que perduran a lo largo de toda su vida, además de costes elevados en términos de asistencia social y sanitaria.

Desde The Family Watch han mostrado preocupación por estos datos que evolucionan con una tendencia creciente y manifiestan la ineficacia de las soluciones ofrecidas actualmente a los cónyuges con problemas puesto que se basan, principalmente, en facilitar la ruptura definitiva como única salida. Por ello, durante la celebración del seminario de mediación ‘Mecanismos de prevención frente a las crisis familiares’, los expertos allí reunidos solicitaron la necesidad de diseñar soluciones mejores y más imaginativas que permitan a las familias hacer frente a las crisis que atraviesan.
Para evitar que el divorcio sea fruto de un “calentón” en una discusión de pareja, desde esta organización proponen la implicación del plazo previo de reflexión para los casos de ruptura matrimonial. “Con mayor tiempo podrán reflexionar y madurar su situación, —apunta Ignacio Socías, director de The Family Watch—”. Aunque Socías reconoce que la mayoría de las comunidades autónomas o corporaciones locales cuentan con servicios de mediación, “éstos no se centran en la prevención de los conflictos, sino más bien en ofrecer soluciones cuando el problema ya esta encima de la mesa y que, en la mayoría de los casos, termina en ruptura familiar. Por ello hay que darles las herramientas adecuadas. Nadie se casa para divorciarse”, matiza.

Principales mecanismos de prevención
1. Establecimiento de un periodo de reflexión previo al divorcio que permita a los miembros de la pareja acudir a mecanismos preventivos de orientación y mediación.
2. Recuperar el ámbito objetivo de la mediación familiar, de forma que sea un mecanismo realmente neutral e integral que incluya, por lo tanto, todas las opciones de que pueden disponer los cónyuges para hacer frente a la crisis, incluida la deseable reconciliación.
3. Fomentar entidades de mediación y asesoramiento a los cónyuges durante el periodo de reflexión, así como garantizar la existencia de un número suficiente de mediadores familiares solidamente formados, cuya actuación este abierta tanto a la reconciliación como a la adecuada gestión de la ruptura definitiva.
4. Es preciso ofrecer a los futuros cónyuges unos mecanismos previos de formación para ayudarles desde el primer momento de su matrimonio a hacer frente a las eventuales crisis que puedan surgir.



lunes, 20 de febrero de 2012

Amar sin límites de Fernando Pascual


No siempre es fácil distinguir entre sentimientos y amor sincero. A veces alguien nos cae simpático, nos gusta pensar en él, sentimos una cierta plenitud cuando está a nuestro lado. En los casos en los que este alguien es del otro sexo, nos podemos preguntar si se trata sólo de simpatía, de amistad, o si me acabo de encontrarme a aquel que puede llegar a ser mi esposo o mi esposa. Quizá entonces sentimos algo de temor a emprender los pasos necesarios que llevan al noviazgo y, si todo va bien, a ese matrimonio que resulta más imprevisible que una quiniela en la que nadie sabe quién va a ganar...

Por eso, a la hora de pensar si estoy ante la persona que podría compartir conmigo toda la existencia, debo detenerme unos momentos para pensar en serio lo que voy a hacer. Si estoy en un enamoramiento inicial, lleno de emociones y de simpatía, la maduración del amor me exige entrar en ese núcleo interior, el del corazón y la voluntad, desde el que se toman las decisiones que orientan en profundidad la vida de cada hombre.

El amor verdadero lleva mucho más lejos que el simple enamoramiento. Lo propio del amor es el darse de un modo total al otro, a la otra. La totalidad del amor exige integrarlo todo, sentimientos, sueños, emociones, voluntad e inteligencia, en la entrega al otro. Por eso no puedo decir que amo a una persona simplemente porque resulta eficaz cuando trabajamos juntos, o porque tiene muchas ideas para llenar el tiempo en nuestras conversaciones, o porque enciende mi corazón con emociones más o menos intensas. El amor me hace decirle a la otra persona que yo soy todo para ella y que ella es todo para mí. Sin discusiones, sin alternativas, sin puertas de emergencia: un amor verdadero no pone límites.

Por eso el amor que lleva a darse no es fácil. El mundo de hoy nos ha acostumbrado a decisiones provisionales, a emociones pasajeras, a aventuras pasionales, de ocasión. El amor no puede vivir según los parámetros de lo inmediato, de lo fugaz, de lo anecdótico. Cuando una pareja se quiere de verdad se compromete hasta el fondo. La plenitud del compromiso, el matrimonio, es tan fuerte que es capaz de permitir, si Dios lo quiere, el nacimiento digno de los hijos, ese nacimiento que es fruto de un amor que no se deja vencer por el miedo o la rutina.

El mundo necesita el testimonio de enamorados. Muchos de nuestros padres nos han enseñado, con su ejemplo, lo que es amarse hasta la enfermedad, hasta el dolor, hasta la prueba. Otros, no pocos por desgracia, han presenciado esa amarga tragedia de unos padres que viven en continua guerra civil que muchas veces termina en el momento trágico del divorcio. Un divorcio que no soluciona nada, sino que declara el fracaso de un amor que, en muchos casos, quiso ser sincero.

Dos enamorados de verdad no se casan con el horizonte de la derrota como posible etapa de sus vidas. Dos enamorados de verdad lo dan todo por el otro, por la otra, porque el amor implica darse sin miedo. Donde hay miedo no hay amor completo. El miedo lleva a reservamos algo por si las cosas no van bien, a esconder un bote salvavidas con una sola plaza: lo que le pase al otro no nos importa... Quizá por ese miedo algunos no se casan nunca: prefieren su libertad egoísta a la aventura emocionante y dichosa del darse y del recibirse hasta la muerte.

Amar es posible. Más aún, amar es necesario. La plenitud de la vida humana se encuentra en el amor. Donde no hay amor, la muerte empieza su trabajo de destrucción y de amargura. Por eso el amor es más fuerte que la muerte, y llena a los esposos enamorados con una paz profunda y sincera, una paz que no termina ni con el dolor, ni con las pruebas, ni con el desgaste del tiempo que sólo arrutina a los que no saben amar sin límites.

El amor es temible porque es omnipotente. Por eso Dios no se cansa de los hombres. Vence nuestros pecados porque nos ama. La cruz de Cristo es la imagen de su amor. Los cristianos, que creemos en el Amor, podemos vivir el matrimonio en plenitud de paz y de alegría. Sabemos lo que es darse hasta la muerte, perdonar y comprender, lo que significa amar sin egoísmos, como Dios ama. Aquí se encuentra el camino más seguro para la alegría matrimonial: amar como Dios ama. Ese es el camino para alcanzar la felicidad que tanto anhelan los esposos que se aman.