Palabras de Benedicto XVI en la Audiencia
General
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 6 junio
2012 (ZENIT.org).- En la mañana de este miércoles ha tenido lugar la Audiencia
General, a las 10,30 horas, en la plaza de San Pedro donde Benedicto XVI se ha
encontrado con grupos de peregrinos y fieles llegados de Italia y de otros
países. En su discurso ha recordado su reciente viaje a Milán para encontrarse
con las familias del mundo. Ofrecemos el texto del discurso.
*****
Queridos hermanos y hermanas:
"La Familia, el trabajo y la
fiesta": este fue el tema del VII Encuentro Mundial de las Familias, que
se celebró recientemente en Milán. Todavía conservo en los ojos y en el
corazón, las imágenes y las emociones de este inolvidable y maravilloso evento,
que ha transformado a Milán en una ciudad de las familias: familias de todo el
mundo, unidas por la alegría de creer en Jesucristo. Estoy profundamente
agradecido a Dios por haberme permitido vivir esta cita "con" las
familias y "para" la familia. En cuantos me han escuchado en los
últimos días, he encontrado una sincera disponibilidad a acoger y testimoniar
el "Evangelio de la familia". Sí, porque no hay futuro en la humanidad
sin la familia; especialmente los jóvenes, para aprender los valores que dan
sentido a la existencia, tienen necesidad de nacer y crecer en esa comunidad de
vida y amor que Dios ha querido para el hombre y la mujer.
El encuentro con las numerosas familias
provenientes de los diferentes continentes, me ha dado la feliz oportunidad de
visitar por primera vez como Sucesor de Pedro, la archidiócesis de Milán. Me
acogieron con gran cordialidad --por lo cual estoy profundamente agradecido--,
el cardenal Angelo Scola, los presbíteros y todos los fieles, así como el
alcalde y las demás autoridades. He podido experimentar así tan de cerca, la fe
de la población ambrosiana, rica en historia, cultura, humanidad y de ejercicio
de la caridad.
En la Plaza del Duomo, símbolo y
corazón de la ciudad, se tuvo el primer evento de esta intensa visita pastoral
de tres días. No puedo olvidar ese abrazo tan cálido de la multitud de
milaneses, y de los participantes en el VII Encuentro Mundial de las Familias,
que me han acompañado también a través de todo el recorrido de mi visita, con
calles llenas de personas. Una vastedad de familias en fiesta, que con
sentimientos de profunda participación se han unido al pensamiento afectuoso y
solidario que dirigí a quienes tienen necesidad de ayuda y de consuelo, y que
son afectados por varias preocupaciones, especialmente a las familias más
afectadas por la crisis económica, así como a las queridas poblaciones del
terremoto. En este primer encuentro con la ciudad, he querido sobretodo hablar
al corazón de los fieles ambrosianos, exhortándolos a vivir la fe en su propia
experiencia privada y pública, a fin de favorecer un auténtico “bienestar”, a
partir de la familia, que se le redescubre como principal patrimonio de la
humanidad. Desde lo alto del Duomo (Catedral de Milán ndr), la
estatua de la Virgen con los brazos abiertos parecía acoger con ternura
maternal a todas las familias de Milán y del mundo entero.
Milán me ha reservado también un singular
y noble saludo en uno de los lugares más sugestivos y significativos de la
ciudad, como es el Teatro alla Scala, donde se escribieron páginas
importantes en la historia del país, bajo el impulso de grandes valores espirituales
e ideales. En este templo de la música, las notas de la Novena Sinfonía de
Ludwig van Beethoven han dado voz a esa instancia de universalidad y de
fraternidad, que la Iglesia continúa presentando incansablemente, con el
anuncio del Evangelio. Y justamente, fue un contraste entre este ideal y los
dramas de la historia, y la exigencia de un Dios cercano que comparta nuestros
sufrimientos, con que hice referencia al final del concierto, dedicándolo a
tantos hermanos y hermanas probados por el terremoto. Hice hincapié de que en
Jesús de Nazaret, Dios se vuelve cercano y carga con nosotros nuestro
sufrimiento. Al final de ese intenso momento artístico y espiritual, he querido
referirme a la familia del tercer milenio, recordando que es en familia donde
se experimenta por primera vez cómo la persona humana no ha sido creada para
vivir encerrada en sí misma, sino en relación con los demás; y es en la familia
que se empieza a encender en el corazón la luz de la paz para iluminar nuestro
mundo.
Al día siguiente en el Duomo, rebosante
de sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas, en presencia de numerosos
cardenales y obispos que llegaron a Milán de diversos países del mundo, he
celebrado la Hora Tercia según la liturgia ambrosiana. Allí he querido subrayar
el valor del celibato y de la virginidad consagrada, tan querida por el gran
san Ambrosio. El celibato y la virginidad en la Iglesia son un signo luminoso
del amor a Dios y a los hermanos, que parte de una relación cada vez más íntima
con Cristo, que se expresa en la oración y en el don total de sí mismo.
Un momento lleno de gran emoción fue luego
la cita en el estadio "Meazza", donde experimenté el abrazo de una
multitud gozosa de adolescentes que este año han recibido o están a punto de
recibir el sacramento de la Confirmación. La cuidadosa preparación del evento,
con textos significativos y oraciones, así como coreografías, hicieron aún más
estimulante el encuentro. A los muchachos ambrosianos les dirigí un llamado a
dar un “sí” libre y consciente al Evangelio de Jesús, acogiendo el don del
Espíritu Santo, que les permita como cristianos vivir el Evangelio y a ser
miembros activos de la comunidad. Los animé a comprometerse, en particular en
el estudio y en el servicio generoso al prójimo.
El encuentro con los representantes de las
autoridades institucionales, de los empresarios y de los trabajadores, del
mundo de la cultura y de la educación de la sociedad milanese y lombarda, me
permitió relevar la importancia de que la legislación y las obras de las
instituciones del Estado estén al servicio y protejan a la persona en todos sus
aspectos, empezando por el derecho a la vida, de la cual no se puede jamás
consentir su eliminación deliberada, así como el reconocimiento de la identidad
misma de la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer.
Después de esta última cita dedicada a la
realidad diocesana y ciudadana, me dirigí la extensa área del Parque Norte, en
el territorio de Bresso, donde he participado de la estimulante Fiesta de los Testimonios,
que llevaba el título "Un mundo, familia, amor". Aquí he tenido el
placer de encontrar a millones de personas, un arco iris de familias italianas
y de todo el mundo, ya reunidos desde la primera tarde en un ambiente festivo y
de genuina calidez familiar. Respondiendo a las preguntas de algunas familias,
surgidas de sus vidas y de sus experiencias, he querido dar una señal del
diálogo abierto que existe entre las familias y la Iglesia, entre el mundo y la
Iglesia. Me quedé muy impresionado por los testimonios conmovedores de los
cónyuges y de los hijos de diferentes continentes, sobre cuestiones candentes
de nuestro tiempo: la crisis económica, la dificultad de conciliar los tiempos
de trabajo con los de la familia, la proliferación de las separaciones y
divorcios, así como las preguntas existenciales que afectan a adultos, niños y
jóvenes. Aquí quisiera recordar lo que dije en defensa del tiempo para la
familia, amenazada por una especie de "acoso" de los compromisos de
trabajo: el domingo es el día del Señor y del hombre, un día en que todo el
mundo debería estar libre, libre para la familia y libre para Dios.
¡Defendiendo el domingo, defendemos la libertad del hombre!
La Santa Misa del domingo 3 de junio,
conclusiva del VII Encuentro Mundial de las Familias, ha contado con la
participación de una gran asamblea de oración, que llenó toda el área del
aeropuerto de Bresso, convertida casi en una gran catedral al aire, gracias
también a las reproducción de los magníficos vitrales policromados del Duomo,
que destacaban en el escenario. Ante esa gran cantidad de fieles, provenientes
de diversas naciones y profundamente participativos en una liturgia muy bien
cuidada, he lanzado un llamado a construir comunidades eclesiales que sean cada
vez más familia, capaces de reflejar la belleza de la Santísima Trinidad y de
evangelizar no solo con la palabra, sino por irradiación, con la fuerza de un
amor vivido, porque el amor es la única fuerza que puede transformar el mundo.
También hice hincapié en la importancia de
la "tríada" familia, trabajo y fiesta. Son tres dones de Dios, tres
dimensiones de nuestra vida que deben encontrar un equilibrio armónico para
construir sociedades con rostro humano.
Siento una profunda gratitud por estos
maravillosos días en Milán. Gracias al cardenal Ennio Antonelli y al Consejo
Pontificio para la Familia, a todas las autoridades, por su presencia y la
colaboración con el evento; gracias también al Presidente del Consejo de
Ministros de la República Italiana por su participación en la Santa Misa del
domingo. Y renuevo un "gracias" cordial a las diferentes
instituciones que han colaborado generosamente con la Santa Sede y con la
Arquidiócesis de Milán para la organización del Encuentro, que ha tenido un
gran éxito pastoral y eclesial, como se ha informado ampliamente en todo el
mundo. Este, de hecho, ha convocado a Milán más de un millón de personas, que
durante varios días han invadido pacíficamente las calles, testimoniando la
belleza de la familia, esperanza para la humanidad.
El Encuentro Mundial de Milán fue una
elocuente «epifanía» de la familia, que se mostró en sus diversas expresiones,
así como también en la singularidad de su identidad sustancial: la de una
comunión de amor, fundada sobre el matrimonio y llamada a ser un santuario de
la vida, pequeña Iglesia, célula de la sociedad. Desde Milán se ha lanzado al
mundo un mensaje de esperanza, fundamentada por las experiencias vividas: de
que es posible y gozoso, aunque difícil, experimentar el amor fiel, "para
siempre", abierto a la vida; que es posible participar como familia a la
misión de la Iglesia y a la construcción de la sociedad. Que con la ayuda de
Dios y la especial protección de María Santísima, Reina de la Familia, la
experiencia vivida en Milán sea portadora de frutos abundantes para el camino
de la Iglesia, y el auspicio de una mayor atención a la causa de la familia,
que es la causa misma del hombre y de la civilización. Gracias.
Traducido del original italiano por José
Antonio Varela V.
©Librería Editorial Vaticana
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